Entonces, justo cuando la pareja empezaba a seguir adelante, unos golpes en la puerta les sobresaltaron. Al abrirla, Robert se quedó helado. Allí estaba Natalie, con sus hijos agarrados de las manos. Las lágrimas corrían por su rostro mientras preguntaba: «Sr. Robert, ¿podemos hablar?» El corazón le latía con fuerza y se hizo a un lado.
Una vez dentro, Natalie se derrumbó por completo. «Lo siento mucho», sollozó. «No pretendíamos asustarte ni aprovecharnos de ti. Las cosas se complicaron y me entró el pánico» Robert se quedó inmóvil, con la ira y la empatía arremolinándose en su interior. «¿Por qué os llevasteis mi coche?», preguntó finalmente.