Julia, que estaba cerca, lanzó a Robert una mirada penetrante, sus ojos rebosantes de desdén por considerar siquiera la posibilidad de enviar a Natalie lejos. Mientras Natalie secaba cuidadosamente un plato, su agotamiento evidente en sus hombros encorvados, Robert sintió que el peso de la culpa presionaba con más fuerza. La mirada penetrante de Julia selló su decisión.
Robert suspiró y asintió. «De acuerdo, vayamos día a día», dijo, traicionando con la voz su conflicto interior. Natalie se volvió hacia él, con los ojos llenos de gratitud. «Gracias, Robert. Gracias, Julia. De verdad», dijo con voz temblorosa. Él forzó una sonrisa, pero no pudo deshacerse de su malestar.