James sentía que estaba fracasando, no sólo como marido, sino también como padre. Sin embargo, cada vez que abrazaba a Anna, con sus pequeñas manos aferrándose a su dedo, sentía un renovado propósito. «Nos las arreglaremos», se decía a sí mismo, aunque no siempre estaba seguro de cómo.
Con el tiempo, las cosas empezaron a curarse. Encontraron pequeñas formas de reconectar: cenas tranquilas, risas compartidas por las travesuras de Anna y momentos robados en los que la vida no era tan abrumadora. Cuando Susy anunció que estaba embarazada de nuevo, James sintió que la esperanza florecía como hacía años que no lo hacía.