Los turistas deben recorrer la ciudad con guías, perdiéndose experiencias cotidianas como los taxis locales. Esta política no sólo limita la libertad de movimiento, sino que también deja entrever una dinámica económica y social subyacente.
Estas figuras colosales están respaldadas por el Museo de la Revolución Coreana, encarnando la presencia vigilante del régimen. Para los norcoreanos, estas estatuas son más que arte: son guardianes omnipresentes en una nación envuelta en el misterio.