Dado que la mayor parte del presupuesto nacional se destina al ejército, queda poco para proyectos cívicos. Los ciudadanos comunes soportan la peor parte de este desequilibrio; su trabajo diario es un testimonio de las prioridades del Estado.
Para viajes largos, los coches son una rareza. El Estado dirige a la gente hacia los autobuses o los trenes, vigilando de cerca sus movimientos. Es un sistema que garantiza que todo el mundo viaje bajo la atenta mirada del régimen.