Era tranquilo, el trabajo no era demasiado exigente y le permitía admirar los objetos de cerca, aunque sólo fuera tras un cristal. Sin embargo, en los últimos días había algo que le inquietaba, una sensación persistente de la que no podía deshacerse.
Todas las mañanas veía la misma furgoneta negra aparcada al otro lado de la calle, parcialmente oculta tras una hilera de árboles. No era un vehículo de reparto, que él supiera, y nunca se movió durante su turno.