Siguió a un elefante hasta el bosque, pero no tenía ni idea de que acabaría así.

Antes de que Amara pudiera siquiera pensar en huir, unas manos ásperas la agarraron por los brazos y la pusieron en pie. Jadeó y se retorció, pero el agarre era firme. «Vaya, vaya… mira lo que tenemos aquí», se burló uno de los hombres, con mirada dura y fría al ver su aspecto desaliñado.

El otro cazador furtivo, con la cara marcada por una cicatriz irregular, cogió su rifle y le apuntó directamente al pecho. «¿Qué se supone que tenemos que hacer con ella ahora?», preguntó el de la cicatriz, con un brillo malvado en los ojos. «Sencillo» Su compañero sonrió, ajustando el arma.