Siguió a un elefante hasta el bosque, pero no tenía ni idea de que acabaría así.

Cuando empezó a serrar con cuidado las cuerdas que ataban al ternero, un repentino crujido la dejó paralizada, con el cuchillo en el aire. Contuvo la respiración, con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos, mientras escuchaba a uno de los cazadores furtivos refunfuñar en voz alta. «Llevamos aquí demasiado tiempo. Al jefe no le va a gustar que no nos movamos pronto»

Justo cuando Amara cortó la última hebra de cuerda, el ternero dejó escapar un gemido suave, casi aliviado. Puso una mano tranquilizadora en su costado tembloroso, con la esperanza de calmarlo lo suficiente como para que se alejaran juntos en silencio. Pero el joven elefante tenía otras ideas.