De vez en cuando miraba a su espalda, con la esperanza de ver a algún otro turista o incluso al guía, pero no había nadie. Estaba completamente sola con aquel animal, su protector y captor a la vez.
Tras lo que parecieron horas de caminata, Amara notó que los latidos de su corazón se ralentizaban al compás del suave vaivén de las pisadas del elefante. El elefante se movía con determinación y paciencia, guiándola con una seguridad que ella no podía ignorar.