Parados al borde de un viejo y erosionado pozo, sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta. Algo había caído al pozo y los angustiosos ruidos procedían de sus profundidades. El chimpancé, con una mirada casi cómplice, dio a entender que era allí donde quería que Jessie y David prestaran su ayuda.
La boca del pozo se alzaba como un agujero negro sin fondo dispuesto a tragárselos. Cuando Jessie miró hacia abajo, el aire frío y húmedo del interior pareció pegarse a su piel. Aunque no podían ver nada, estaban seguros de que había algo allí porque podían oír sus extraños y resonantes gritos de angustia.