Efectivamente, Luna estaba delante de él. Por un segundo, pensó que era un espejismo, una mera alucinación. El dolor de estar equivocado habría dolido aún más a George. Recordaba perfectamente el día en que Luna desapareció.
Era una hermosa mañana de martes y George había estado cuidando la granja, recogiendo hierba para alimentar al ganado más tarde. Con movimientos precisos, movía la hoz para recoger hierba fresca y maleza para las vacas. Normalmente, Luna le acompañaba, pero desde que la puerta de la granja se había soltado hacía dos semanas, Luna pasaba la mayor parte del tiempo cuidando del ganado, asegurándose de que no se escapara de su recinto.