Pero no todos pensaban lo mismo. Algunos movieron la cabeza en visible gesto de desaprobación, y sus murmullos flotaron en el aire de la cabina. Carl sólo pudo captar fragmentos de sus conversaciones en voz baja, pero críticas. Frases como «Un hombre hecho y derecho…» y «absolutamente ridículo…» llegaron a sus oídos, con un tono cargado de juicio.
El chico, ahora callado y con los ojos muy abiertos, pareció darse cuenta de las consecuencias de sus actos. Su sonrisa juguetona se había desvanecido, sustituida por una mirada de sorpresa y un atisbo de arrepentimiento.
Las azafatas no tardaron en llegar, ofreciendo toallas y disculpas. «¿Va todo bien por aquí?», preguntó una de ellas, con evidente preocupación en la voz.