Al parecer, el niño, envalentonado por la actitud despectiva de su madre, había decidido reanudar su jueguecito. Cada patada sacudía el asiento de Carl y le crispaba hasta el último nervio. Algo en Carl se quebró. Ya estaba bien. Si aquella mujer se negaba a educar bien a su hijo, tendría que tomar cartas en el asunto..
«Es hora de darle una lección a esta mujer terrible y a su hijo», pensó Carl. Miró intensamente hacia delante, formulando un plan de venganza. Tan absorto estaba en sus maquinaciones que apenas notó las repetidas patadas – «thump, thump, thump»- contra su asiento.