Luchó por mantener la compostura y su mente se llenó de réplicas. Pero recordó el consejo que acababan de darle y, con un esfuerzo monumental, optó por guardar silencio, concentrando toda su energía en calmar sus nervios crispados. Pero entonces empezaron de nuevo las patadas..
Carl respiró hondo al sentir otra patada contra su asiento. Sabía que tenía que manejar la situación con calma, tanto por su propia tranquilidad como por la de los demás pasajeros. Se dio la vuelta, miró al chico y le dedicó una amable sonrisa. «Oye, amigo, ¿podrías dejar de patear mi asiento? Me cuesta relajarme», le dijo en tono amistoso.