Justo cuando las puertas de la cabina se cerraron con un ruido sordo y las azafatas recorrían los pasillos para los últimos controles de seguridad, Carl sintió una repentina y fuerte sacudida en la parte baja de la espalda. Se dio la vuelta y vio a un niño de no más de siete años, con las piernecitas agitadas y pateando repetidamente el tejido rasposo del respaldo de su asiento.
La madre del niño estaba sentada a su lado, completamente absorta en su revista, ajena a las travesuras de su hijo. Cuando otra patada impactó de lleno en la columna vertebral de Carl, éste respiró lenta y profundamente, inhalando el aire viciado del avión. Sentía que su paciencia se agotaba cuando las sucias zapatillas del niño chocaban una y otra vez contra el asiento..