El karma de una señora con derechos en un restaurante se sirve en bandeja de plata

Karen saltó de la cabina y sus hijos se apresuraron a seguirla, con las caras pegajosas de helado derretido. Irrumpió por la puerta y su voz se elevó hasta convertirse en un grito de pánico. «¡Espere! ¡Deténgase!», gritó, haciendo señas con la mano. Pero el conductor, ajeno a su situación, ya se había puesto en marcha.

Vio con horror cómo el autobús doblaba la esquina y la dejaba tirada. Su rostro se sonrojó y su expresión pasó de la rabia a la incredulidad. El pánico brilló en sus ojos y buscó a tientas su teléfono, marcando a su novio con dedos frenéticos. «Cariño, tienes que venir a buscarnos», balbuceó. «El autobús se ha ido»