El Dr. Goldberg le administró la inyección con una intención concentrada, pero Kiara no pudo evitar la impresión de que su conducta, normalmente compasiva, parecía extrañamente distante. A su dolor se sumaba la sensación de que algo no iba bien.
El peso de sus emociones era casi insoportable. A medida que la lucha de Shiro disminuía, Kiara le acarició suavemente el pelaje y le susurró palabras tranquilizadoras. La habitación se sumió en un silencio solemne, roto únicamente por el leve zumbido del equipo del veterinario.