Peter apretó los labios. Su explicación tenía sentido, pero no le gustó. Asintió, más para poner fin a la conversación que por estar de acuerdo. «De acuerdo, pero por favor, que se queden en el garaje», dijo, forzando la voz para mantener la calma. «Estaré atento»
Aquella noche, Peter estaba tumbado en la cama, inquieto e incapaz de olvidar los acontecimientos del día. Justo cuando empezaba a dormirse, un crujido metálico perforó el silencio. Su corazón se sobresaltó. Parecía la apertura de una puerta, un ruido que no había oído antes. Se le aceleró el pulso.