Los primeros días fueron una batalla contra la muerte. Al principio, el cachorro se negaba a comer, demasiado débil para masticar. Daniel machacó barritas de proteínas y las mezcló con leche, dejando que lamiera la mezcla de las palmas de sus manos. Poco a poco, la vida volvió a los ojos del cachorro.
Al tercer día, el cachorro ya podía ponerse de pie. Cojeaba tras él, sin alejarse demasiado. No había planeado ponerle nombre, pero cuando la luz de la luna iluminó su oscuro pelaje, el nombre salió de los labios de Daniel: Sombra.