El accidente cambió su vida para siempre. El servicio de Helen a su iglesia se interrumpió bruscamente a los 73 años, cuando el médico confirmó que se había roto la espalda en el accidente de coche.
Confinada en su casa debido a la lesión y al deterioro de su salud, se puso en contacto en repetidas ocasiones con su iglesia, invitándola a visitarla en casa. Echaba de menos jugar con los niños y mimarlos.