Por fin llegó el día. Matilda asistió a la boda con aplomo, vestida con un elegante traje que transmitía gracia y fuerza. Saludó a los invitados, intercambió cumplidos y mantuvo la compostura. Pero todo esto no era más que el preludio del gran final.
Durante la ceremonia, Matilda permaneció sentada en silencio, con las manos cruzadas sobre el regazo y expresión serena. Contaba los minutos y su mente ensayaba las palabras que pronto pronunciaría. Y por fin llegó el momento que tanto había esperado.