Con una ballena empujándola sin descanso y la otra golpeando incesantemente la superficie del agua, la situación se volvía cada vez más desconcertante.
En medio de la incertidumbre, una cosa quedó muy clara: nadie, ni siquiera Elena con toda su experiencia, podía discernir la verdadera naturaleza de lo que estaba ocurriendo en las profundidades.