Al cabo de un momento, se decidió. Fuera lo que fuera, no debía estar en medio de la nada, abandonado a la intemperie. En todo caso, era un misterio que había que resolver, y tal vez una respuesta que valiera la pena compartir con los demás.
Henry cogió su trineo, que no estaba lejos del claro, y lo acercó al bloque de hielo. Colocó una lona para proteger el trineo de los bordes afilados del hielo y trabajó para volcar el bloque.