Se quedó mirando por la ventana, observando cómo empezaban a caer los primeros copos de nieve, ligeros al principio, pero con un ritmo constante y deliberado. La visión le encogió el corazón. Sabía que la tormenta no haría más que empeorar y que el perro no tendría ninguna oportunidad en medio del frío.
La idea de que muriera congelado le atormentaba, apretando el nudo de ansiedad en su pecho. No podía permitirlo. Decidido a no dejarse dominar por el miedo, Jeremy se vistió de nuevo y se puso más ropa.