Cuando por fin salió el veterinario, su rostro se suavizó en una sonrisa tranquilizadora. «Allan, has hecho algo increíble», dijo, con voz tranquila pero llena de respeto. «Si no hubieras traído al cervatillo cuando lo hiciste, no habría sobrevivido. Por suerte, ahora está estable»
El alivio invadió a Allan y sus hombros se hundieron al liberarse la tensión. Cuando Allan miró por la ventana, se dio cuenta de que la tormenta por fin había amainado. La nieve había dejado de caer, dejando un manto tranquilo y quieto sobre el mundo exterior. Las calles brillaban bajo las farolas y el caos de la tormenta había sido sustituido por una calma serena.