No dejaba de mirar al cachorro, cuya respiración era superficial e irregular, y el tic-tac de su estado le hacía avanzar. Navegó por las carreteras sinuosas, con una visibilidad de apenas unos metros por delante. Cada vez que el coche se deslizaba, aunque fuera ligeramente, el corazón de Jeremy latía con más fuerza.
Finalmente, el tenue resplandor de la consulta del veterinario apareció a través de la ventisca. Jeremy exhaló un suspiro que no se había dado cuenta de que había estado conteniendo. Entró en el aparcamiento, patinó hasta detenerse y llevó rápidamente al osezno al interior.