El resplandor de la farola apenas alcanzaba el extremo del patio y la nieve lo desdibujaba todo en una masa blanca e informe. Examinó el suelo cerca de la valla, pero el viento seguía moviendo los montones de nieve, por lo que le resultaba difícil saber si realmente había algo allí o si sus ojos le estaban jugando una mala pasada.
Una ráfaga aguda sacudió el cristal de la ventana y una profunda inquietud se apoderó de su pecho. Si era un ser vivo, ya debería haberse movido. Pero si estaba muerta, ¿no se habrían dado cuenta ya los carroñeros? Zorros, coyotes, incluso búhos… los depredadores acechaban en las tierras salvajes más allá de la ciudad, sobre todo en invierno, cuando escaseaba la comida.