Cuanto más viejo se hacía, más apreciaba el sueño, sobre todo cuando no había nada más que hacer que esperar a que pasara la tormenta. Apagó las luces del salón y echó un último vistazo por la ventana, observando cómo el viento aumentaba su velocidad, arremolinando ráfagas de viento sobre el césped helado.
Justo cuando se acercaba a la barandilla, el repentino timbre de la puerta rompió el silencio. El corazón de Allan dio un sobresalto. Hacía meses que no venía nadie sin avisar, ¿y a estas horas?