«Hace una hora que no hay electricidad», dijo el veterinario con gesto adusto, haciéndose a un lado para dejar entrar a Allan. El alivio se reflejó en su expresión cuando vio al conejo. «Vamos, veamos qué podemos hacer» En el interior, el zumbido habitual de los equipos había desaparecido, sustituido únicamente por el sonido sordo de la tormenta al sacudir las ventanas.
La sala de reconocimiento estaba iluminada por una linterna a pilas, cuyo resplandor proyectaba sombras profundas sobre las paredes. El generador de emergencia debía de haber fallado, o tal vez estaban racionando la energía. Allan colocó suavemente el conejo sobre la mesa de metal.