Pero a medida que se acercaba, el haz de luz de la linterna captó algo que apenas sobresalía de la nieve: una forma pequeña y redondeada, tan perfectamente integrada en el paisaje blanco que podría haber pasado desapercibida.
Se le aceleró el pulso. Fuera lo que fuese, no se movía. Vaciló, indeciso entre acercarse y la posibilidad de caminar directamente hacia el peligro. Se agachó a unos metros y agarró una rama delgada semienterrada en la nieve. Con el corazón palpitante, extendió el palo y le dio un ligero empujón. No reaccionó.