Daniel se congeló. Las hojas crujieron. Una rama se quebró. Se le aceleró el pulso: no estaba solo. Agarrando un palo robusto que tenía cerca, aguzó el oído y escudriñó el oscuro bosque. Fuera lo que fuera, tenía que encontrarlo antes de que lo encontrara a él.
Se movió con cautela, apartando el espeso follaje, con la respiración lenta y controlada. Las sombras parpadeaban, cambiando con el viento
Su agarre se tensó mientras seguía el inquietante ruido y sus botas crujían contra la tierra húmeda. La maleza se espesó, tragándose la luz. Entonces lo vio. Se quedó sin aliento y el corazón le martilleó contra las costillas. La visión que tenía ante él le heló la sangre.