Se arrodilló junto al animal atrapado, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco. El alambre estaba apretado y le cortaba el pelaje. Le tendió la mano, pero el gatito se estremeció.
«No pasa nada», murmuró, aunque no estaba segura de a quién quería convencer: si al gato montés o a sí misma. Necesitaba algo para aflojar el alambre, cualquier cosa. Sus dedos arañaron la tierra, buscando una piedra afilada.