Las aguas se tragaron su casa, pero con ellas flotó algo aterrador.

Mientras tanto, su abuelo estaba un poco mejor. Había encontrado antibióticos en una de las habitaciones del piso de arriba, que tomaron con la esperanza de combatir la fiebre. Poco a poco, los medicamentos empezaron a hacer efecto, aliviando los síntomas, pero su situación alimentaria se estaba volviendo desesperada.

Hacía tiempo que se habían quedado sin nada sustancioso que comer. La inundación había arrasado la mayor parte de sus provisiones, dejándoles con gachas de arroz, un poco de sal y algunos mangos en vinagre. Cada día comían menos, apenas lo suficiente para sobrevivir.