Unos pescadores se acercan a un iceberg para salvar a un animal varado, pero lo que descubren es mucho más aterrador

Salían al mar al amanecer y surcaban las gélidas aguas con la esperanza de pescar truchas de las nieves o salmones. Si tenían suerte, podían pescar algún cangrejo, una lucrativa recompensa que hacía que las duras jornadas merecieran la pena.

Era un día como cualquier otro. El mar estaba en calma, el cielo despejado y en el aire se respiraba expectación por la pesca del día. Mallory, con su barba canosa y su piel curtida, mantenía los ojos fijos en el horizonte, siempre atento a los icebergs que flotaban a la deriva por estas aguas heladas como fantasmas.