Tanner vaciló un momento, el inquietante silencio le apremiaba mientras pensaba en lo que podría haber dentro. Pero el sol se ocultaba rápidamente y necesitaba un refugio para sobrevivir a la dura noche ártica. Respiró hondo, empujó la puerta y entró.
En el interior de la estación meteorológica, el aire estaba cargado de olor a óxido y podredumbre. La tenue luz que se filtraba por las ventanas cubiertas de escarcha revelaba un espacio olvidado desde hacía mucho tiempo. Maquinaria vieja y oxidada se alineaba en las paredes, con superficies antaño relucientes y ahora apagadas por años de abandono.