Con eso, Tanner pisó el hielo, probando su peso antes de comprometerse con la escalada. Los demás observaron, con el corazón en un puño, cómo ascendía lentamente por la pared helada, clavando los ganchos improvisados en la superficie con cada tirón.
El viaje era traicionero, el hielo resbaladizo e impredecible, pero Tanner avanzaba con una determinación firme, impulsado por la necesidad desesperada de alcanzar al cachorro. Por fin, después de lo que pareció una eternidad, Tanner llegó al borde del iceberg.