Levantó la vista y sus ojos se encontraron. La taza se le escapó de las manos, salpicando café por todas partes al caer al suelo. Su vestido estaba completamente estropeado, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Lo único que podía hacer era mirarle fijamente.
La mente de Natalie daba vueltas, incapaz de comprender cómo su padre podía estar en ese vuelo, vivo y sano. Ella había estado allí cuando su ataúd fue enterrado. Había llorado su muerte todos los días desde entonces, cayendo en un caos absoluto. Durante meses, no pudo dormir, comer ni ducharse correctamente.