El silencio que siguió fue sofocante. Cindy buscó en su rostro, desesperada por ver algún destello de emoción, pero no lo había. Su corazón se hizo añicos bajo el peso de su indiferencia. En ese momento, se dio cuenta de la verdad: el hombre al que había amado ya no existía, si es que alguna vez existió.
Se quedó paralizada, con la mente hecha un torbellino de arrepentimiento e incredulidad. Le dolía el pecho mientras la habitación parecía cerrarse a su alrededor. Peter se dio la vuelta y siguió adelante, como si su arrebato no fuera más que un inconveniente trivial. Cindy sintió que su mundo se derrumbaba bajo sus pies.