El divorcio fue brutal. Peter se lo llevó todo: dos millones de dólares en bienes, la mansión, el Porsche y hasta nuestros ahorros. Su sonrisa de satisfacción gritaba victoria, como si me hubiera destripado por completo. Pero cuando Cindy firmó los últimos papeles, se le escapó una risita. El pobre Peter no tenía ni idea de lo que le esperaba.
La sala estaba más fría que una tumba, pero Cindy permaneció impasible, con expresión tranquila, mientras el juez enumeraba el nuevo botín de Peter. Cada mirada de suficiencia que le lanzaba era recibida con silencio. Pensó que había ganado. Lo que no sabía era que Cindy había omitido un detalle devastador, un secreto que él nunca vería venir.
Al terminar, Cindy se levantó con una leve sonrisa en los labios. Peter no se dio cuenta; su triunfo le cegaba. Ella pasó junto a él, firme y serena, con su secreto bien guardado. Su victoria duró poco, porque Cindy no estaba vencida. Acababa de empezar.