Cuando el médico le dio la noticia, diez años atrás, sintió como si el suelo se le hubiera caído debajo. La idea de arriesgar su vida por otro embarazo no era algo que pudieran considerar. Fue una dura realidad que destrozó el corazón de Veronica.
Aunque había pasado una década desde aquel doloroso día, la herida nunca cicatrizó del todo. Veronica adoraba a sus hijos, disfrutaba de cada momento caótico y alegre que conllevaba ser «mamá de un niño» Pero la imagen de una niña corriendo descalza por el patio trasero, con la risa llenando el aire, permanecía en su mente.