Esto no hacía más que aumentar el aislamiento de Veronica, que se tambaleaba al borde de la duda. ¿Se lo estaba imaginando todo? ¿Estaba siendo irracional? La calma inquebrantable de James la hacía sentir como si estuviera atrapada en sus propios pensamientos en espiral, completamente sola.
Una tarde, mientras doblaba la ropa de Esther, Veronica trató de librarse de sus preocupaciones. Con la ropa apilada en sus brazos, se dirigió a la habitación de Esther, tarareando suavemente para sí misma en un esfuerzo por alejar el malestar que se instalaba en su pecho.