Sus expresiones tenían una profundidad superior a la de su edad, como si supiera más de lo que debería. Al principio, Veronica trató de ignorar la sensación, atribuyéndola a la paranoia. Pero la inquietud persistía, alimentándose de cada mirada extraña y cada comentario críptico de Esther.
El punto de inflexión llegó una noche, cuando Verónica estaba en el pasillo y escuchó una conversación entre Arthur y Esther. «¿Por qué no te gusta fingir?» Preguntó Arthur, con voz inocente. La respuesta de Esther hizo que Verónica sintiera escalofríos: «Fingir es cosa de niños. Yo no soy una niña»