Durante las primeras semanas, todo parecía perfecto. Veronica saboreaba cada momento con Esther: le trenzaba el pelo, le leía cuentos para dormir y le daba besos a escondidas antes de dormir. Cada noche, cuando arropaba a Esther, sentía como si una parte de su alma, perdida hacía mucho tiempo, hubiera regresado.
Pero la primera oleada de inquietud llegó durante la matriculación de Esther en el colegio. El director parecía sorprendido, casi escéptico. «Su vocabulario es muy sofisticado para su edad», comentó, mirando a Verónica con curiosidad. «Basándome en sus habilidades cognitivas, necesita empezar en tercero»