Sus dedos se tensaron sobre el volante mientras su mente se remontaba a un mes atrás. Aquella mañana se había topado con una cámara de vigilancia rota durante su recorrido rutinario. La carcasa estaba agrietada y la lente hecha añicos. Frunció el ceño, pero se encogió de hombros pensando que la había tirado un animal. Había sido un ingenuo.
Pero no había sido algo aislado. Durante los días siguientes, observó señales inusuales: maleza arrugada, campamentos improvisados ocultos bajo el follaje, colillas esparcidas por el suelo. Supuso que habían sido abandonadas por excursionistas descuidados, pero algo no encajaba. La sensación de inquietud empezó a crecer.