El tintineo de la maquinaria se detuvo. Los focos zumbaron en el repentino silencio. A Jacob se le cortó la respiración cuando levantó la vista. Los trabajadores se volvieron hacia el ruido, con expresión de sospecha. Uno de ellos, un hombre corpulento de barba espesa, sonrió satisfecho. «Vaya, vaya», dijo. «¿Qué tenemos aquí?
El miedo de Jacob se disparó, pero la rabia se apoderó de él con la misma rapidez. Sus manos se cerraron en puños mientras se levantaba. «¿Cómo has podido hacer esto? Le temblaba la voz, pero su furia era inconfundible. «¿Cómo habéis podido destruir así el bosque?» Los mineros sólo rieron, con un sonido hueco y despreocupado.