La frustración le arañaba el pecho. Todas las pistas se habían desvanecido y, sin pruebas, no era más que otro paranoico despotricando sobre sombras en el bosque. Necesitaba algo tangible, algo irrefutable. Y entonces, como un rayo, se le ocurrió la idea: necesitaba un dron.
Jacob se apresuró a entrar en la ciudad, dirigiéndose directamente a la tienda de caza. Vació sus ahorros en el mejor modelo que podía permitirse, una cámara de alta resolución unida a un armazón elegante y ligero. Ya estaba. Así lo demostraría todo.