Durante el día, Wade daba clases de matemáticas en el instituto, guiando a adolescentes inquietos a través de las ecuaciones. Por la tarde, volvía con la cola meneando y los ojos brillantes, listo para su escapada compartida al bosque. Era su vínculo con la naturaleza, un respiro de las exigencias de la vida.
Cada tarde, los dos se adentraban en el bosque, con sus pasos sincronizados por senderos flanqueados por altos pinos. La luz dorada que se filtraba bailaba entre las ramas, iluminando el suave musgo y las flores silvestres. A veces veían ciervos corriendo por los claros, o halcones volando en círculos.