Sus voces se intensificaron, cada comentario más agudo que el anterior, elevándose por encima del ruido de los motores. El niño, al notar la tensión, había dejado de patalear y miraba con los ojos muy abiertos a los adultos que discutían sobre su comportamiento.
Los pasajeros cercanos, ahora en su fila, intentaron calmar la situación. «Por favor, bajemos la voz», dijo tranquilizadora una mujer. «Estamos molestando a los demás» Pero a José ya no le importaban las molestias.