José sonrió mientras volvía a su asiento, con la esperanza de poder seguir disfrutando de un viaje tranquilo en el que sólo le acompañaran los suaves murmullos y el lejano zumbido de los motores.
Sin embargo, en cuanto volvió a mirar hacia delante, la sonrisa del chico se hizo más amplia y se preparó para asestar otra firme patada en el respaldo del asiento de José. Pero la patada no se detuvo con un solo intento. Se reanudó con un ritmo constante, como si el chico estuviera utilizando el asiento de José como un tambor.