La madre del niño, sentada a su lado, estaba absorta en su teléfono y era completamente ajena al comportamiento de su hijo. Cuando José recibió otra patada en la espalda, respiró lenta y profundamente el aire viciado del autobús.
Su paciencia se estaba agotando mientras las sucias zapatillas del niño chocaban repetidamente contra su asiento. José cerró los ojos por un momento, tratando de mantenerse positivo. Supuso que las patadas durarían sólo unos minutos más, hasta que el autobús se pusiera en marcha.